Ese día bajaron los toros de las alturas de Viconga y todo
el pueblo estaba en alerta porque eran toros bravos que iban camino a la Plaza de Acho de Lima.
Normalmente los toros bravos eran conducidos por caminos externos
a los poblados para evitar incidentes, pero ese año tenían que pasar cerca al
pueblo de Cajatambo y esperar allí para que los toros sean revisados por los técnicos quienes le otorgarían el permiso sanitario correspondiente.
pueblo de Cajatambo y esperar allí para que los toros sean revisados por los técnicos quienes le otorgarían el permiso sanitario correspondiente.
El equipo de arrieros y las autoridades no consiguieron otro
lugar más seguro que el coso de Cajatambo donde finalmente guardaron los toros.
La presencia de aquellos animales en el lugar, sobre todo
porque eran llevados para la feria del Señor de los Milagros de Lima despertó
la curiosidad de los cajatambinos quienes se reunieron en el coso ubicado en las afueras de Cajatambo.
El coso cajatambino solo era un lugar de encierro de
aquellos animales que habían cometido algún daño en alguna sementera, pero ese
día aquel lugar se convirtió en un punto de encuentro donde los pobladores
entre temerosos y curiosos, se asomaban a la cerca de piedra para admirar los
ejemplares.
Pero el retraso en la certificación sanitaria obligó a que
los toros se quedaran unos días más y los pobladores al verlos con hambre empezaron
a llevarles pasto. Y de tanto frecuentar el lugar, al caer la tarde, algunos intrépidos
sin oír el grito de los presentes que les pedían que no lo hicieran, ingresaron
al coso, unos con saco y otros con sombrero en mano se acercaron peligrosamente
con la intención de burlar a los toros, pero tuvieron que salir corriendo ante
una rápida embestida, quedando uno de los audaces atrapado entre los animales
mansos y los toros bravos. Y fue cuando Chamorro, un poblador conocedor de
estas lides tomo su manta y decidió salir al rescate, y ante el asombro de los
pobladores se paró como un torero llamando con su manta al toro, el toro
emprendió el galope y Chamorro logró sacar su primera capa, luego otra y otra,
y mientras el poblador atrapado aprovechaba el descuido de los demás toros y corría
a la cerca para resguardarse, Chamorro volvía a sacar otra verónica y los
asistentes empezaron a gritar: oleee, oleee, olee. Ese breve momento puede considerarse
como la primera tarde taurina de Cajatambo. Lo deben saber.
En
recuerdo de quienes impulsaron las tardes taurinas cajatambinas. Barandas de
palo, baranda gaway…
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